—¿Sabéis cuál es el problema? Que las
alambradas de esta granja las tenéis aquí en la cabeza —explica la
gallina Ginger en la película Chicken
Run (Evasión en la granja)—. Hay un lugar ahí fuera, más allá, en la
colina, al aire libre; hay árboles, hierba. ¿Os lo imagináis? Con hierba fresca
y verde.
Pienso (para las gallinas el
pienso es algo fundamental) que esas mismas alambradas se alzan altas en
nuestras cabezas construyendo una barrera inalcanzable entre nosotros y la
felicidad de andar en bicicleta.
Lo ilustraré con algunos ejemplos:
-
1) Sudar en bici
El pasado sábado acudo al mercado en bici donde encuentro
a unos conocidos. Me ven que me dirijo a la bicicleta y me dicen: “Ahora a sudar”. Minutos antes estaba
pensando en lo bien que había hecho en acudir este tórrido día de julio al
mercado en bici, ya que me había ahorrado el calor que supone ir caminando. En
resumen: trayecto de ida y vuelta sin una gota de sudor. Aparcamiento
ampliamente disponible. Muy rápido o, mejor dicho, lentamente veloz.
Ver el fútbol provoca sudoración |
Info sobre cómo evitar el sudor en bici
- 2) El tráfico es peligroso
Hace una semana en el camino al trabajo en bici,
paro en un bar para tomar un café. Es fácil: me apeo de la bici junto al
ventanuco en el que los bares actuales suelen servir a quienes fuman. No tengo
que aparcar la bici. No tengo que candarla. La tengo al lado. El propietario, amable, me pregunta
sobre la obligatoriedad del casco, le explico que en ciudad es obligatorio para
menores de 16 años y me recomienda que vaya con él. Asiento sin polemizar, es
de noche (de madrugada) y lo llevo. Le indico que no lo llevaré después durante
el día, pues prefiero la gorra. Mira preocupado y me advierte de que es peligroso. En mi ruta
de aquel día no me crucé con ningún coche, debido a la hora y a una combinación
de calles tranquilas y carriles-bici (y un poco de suerte).
Busca rutas sin tráfico |
- 3) Las bicis son caras
Hace unos días, alguien me apunta que se va a
comprar una bicicleta y que las encuentran muy caras. No lo niego. Lo son. Además son un coste adicional si
no llegas a prescindir del coche por tener una bici. Días antes había hecho un
cálculo sobre la bici que me compré en noviembre: el ahorro en gasolina y en
gimnasio hecho hasta junio ya equivalía al precio de compra de la bicicleta.
A modo de conclusión
Compro una silla de bebé para la bici. Para llevarla delante, entre mis
brazos y el manillar. Probamos por primera vez. La pequeña acepta
deportivamente llevar casco. Se sienta. Está emocionada. Arrancamos, suelta
unas carcajadas de alegría. “Vamos, Papá”, me espeta. Quiere llevar el manillar
“yo solita”. Iniciamos la marcha: “Papá, ¿cantamos?”. Nunca nos había pasado
nada igual en el coche. Disfruto de estar con alguien que no ha vivido lo suficiente en el gallinero.
Libre como un pájaro |
No hay comentarios:
Publicar un comentario